A primera vista, la historia de Maria de Fátima Portela, de 57 años, se parece con la de muchas otras mujeres. Nordestina, Portela, como se la conoce, vino de Maranhão a São Paulo en 1981. Separada, y con dos hijos pequeños, fue a vivir a la casa de un hermano hasta establecerse y comenzar a trabajar con limpieza. Cuenta Portela que fue con lo que ganaba en esta actividad que crió a los hijos mayores y a los otros dos de la segunda unión.
En 2002, después de pasar años en una rutina que la obligaba a salir de casa a las 5:00 y regresar a las 22:00, Portela se vio cansada, deprimida y enferma. Fue en ese momento, con problemas de tiroides y teniendo que tomar un medicamento potente prescrito por un psiquiatra, que ocurrió el gran cambio en su vida.
«Una amiga, que era una luz para mí, me invitó a caminar en un parque cerca de casa. Poco a poco, conocí a otras mujeres que me llevaron a conocer Carrera de la Vida. Cuando llegué a la clase, todo me llamó mucho la atención y empecé a participar», recuerda Portela diciendo que en poco tiempo pudo renunciar a las medicinas para la depresión.
Pasaron 14 años y esa mujer que nunca había hecho ninguna actividad física en la vida, hoy en día habla en «hojas de registro de prácticas» y logros, con la naturalidad de quien, de hecho, ha incorporado en su rutina la actividad física. Así, cuando hablamos, Portela estaba en Pernambuco de vacaciones, sin embargo, no dejaba de correr. “¿Y cuando llueve?», pregunto. «Cuando llueve, salgo en la lluvia,» dice la deportista que ya ha corrido algunas pruebas de San Silvestre, una Volta da Pampulha (en Belo Horizonte) y acababa de inscribirse para una carrera en Caruaru, que se llevaría a cabo unos días después de nuestra conversación.
Portela nos dice que la carrera le trajo muchos beneficios a su vida. «Hoy tengo buena disposición para todo”. Hasta la energía en el trabajo ha mejorado. Además, yo era muy tímida y reservada. No podía ni siquiera decir «te amo» a los otros. Ahora, lo digo sin problemas, dice animada. «Ahora me siento 100% mejor. Cuando me jubile será aún mejor.»
En estos 14 años, Portela nunca pensó en dejar de correr. «Por supuesto que a veces no quere salir a correr. Entonces, me doy vuelta y duermo. Sólo que cuando me levanto y veo el sol, siempre lamento haber faltado», comenta.
La corredora sabe que inspira a otras personas dentro y fuera del hogar. Sus nietos menores (tiene cinco nietos y un biznieto) dicen que quieren «correr como la abuela» cuando crezcan. Además, en la Carrera de la Vida, de vez en cuando aparece algún compañero más joven diciendo que se inspira en ella. «Ellos se preguntan, «si esta señora lo hace, ¿por qué yo no?’.»
Además de correr, Portela se ha comprometido en la gestión de Carrera de la Vida. «Hago parte de la Junta directiva. Sólo salgo si Neide me expulsa», dice en broma.
Cómo todo comenzó
Neide es Marineide do Santos Silva, 56 años, fundadora de la Asociación de residentes de Cohab Adventista, en Capão Redondo, zona sur de São Paulo, y creadora del Proyecto Carrera de la Vida.
Neide, que comenzó a practicar deportes a los 14 años, no tuvo la oportunidad de realizar el sueño de competir en una Olimpiada, pero se convirtió en una corredora amateur.
Fue en 1999 que, por primera vez, Neide enseñó a correr. Ese grupo entonces formado por seis mujeres, creció mucho y hoy cuenta con 600 personas, a partir de seis años de edad. «Pero no hay edad límite. Hemos tenido una corredora con 80 años”, dice ella.
La corredora comenta que el Sesc es socio de la ONG desde el principio. «La primera vez que corrimos en grupo fue en el Circuito Sesc en la unidad Interlagos. Desde entonces, participamos en todo: Sesc Verano, Move Brasil y el Día del Desafío». Neide dice demás que aprendió a organizar carreras con la ayuda del Sesc.
Sobre el Día del Desafío, Neide cuenta que en 2016 la ONG logró atraer a más de 3000 personas. «Tuvimos una larga caminata y actividades en la cancha. El Sesc incluso trajo actividades de Yoga y Polo para que nosotros conozcamos», recuerda.
Neide cree que la mayor dificultad de las personas es iniciar y continuar una actividad física. Para ella, lo que funciona es formar grupos. «Yo vivo en una comunidad y veo que la gente necesita reunirse, llamar al vecino, novio, a su hermana… Cuando el grupo está creciendo y las personas se empiezan a dar cuenta de los beneficios, ellas se estimulan y continúan. De hecho, no hay mucho misterio. Es solo empezar. Las personas tienen que saber que la vida no es un mando a distancia», concluye.